Críticas y Entrevistas

Mario Zegarra, autor peruano del policial duro y políticamente incorrecto: «Todavía no me crucifican» por Edgardo Miller / Radio Nahuil – 08/06/2024

Con dos novelas editadas por Bärenhaus, Tan ignorado como aquí y Un maníaco homicida a la vez, el provocativo ―e inclasificable― escritor peruano Mario Zegarra se instaló como un rayo en el panorama del relato policial. Pero no se trata del cualquier policial, sino de aquel más negro y duro. Sobre todo, duro, en el segundo título, que se desliza dentro del género hard-boiled, o sea, caracterizado, según los especialistas: “por su realismo crudo, violencia gráfica y personajes cínicos y desilusionados, generalmente ambientados en el mundo del crimen o la investigación privada”. Hay duelos entre bandas, sexo hard, violaciones, mutilaciones, infinidad de epítetos muy imaginativos, abundancia de sátiras literarias, tiros, fuego, explosiones, machos cabríos y mujeres temibles nacidas para matar, policías corruptos, el propio escritor metido en la trama y en el fango, entre otras deflagraciones. Un coctel muy apetitoso que analizamos este sábado 8 de junio de 2024 con Mario en La Conversación en Radio Nihuil a las 11.30 hrs.

El escritor peruano Mario Zegarra se caracteriza por sus personajes explícitos en los relatos policiales. Quizás por eso ha sufrido algún rechazo, incluso en su país.

No se puede negar que Mario Zegarra es un tipo corajudo. No se reprime como escritor. No vacila. No lo amilana ningún remilgo ni moralina alguna.

Es más. Saca pecho y se jacta de ir contracorriente. De ser incorrectamente político. De tirar abajo todas las máscaras.

En sus relatos policiales todo es explícito y crudo. Extremos.

Son explícitos sus personajes, sus acciones criminales, su lenguaje floridamente cocinado en el bajo fondo de la condición humana. Tanto mujeres como hombres asesinan, violan, mutilan, buscan venganza.

Se entiende que, tal cual va el mundo, sufra algún rechazo. De hecho, en Perú, su país de origen, no lo publicaron. Sus dos primeras novelas, Tan ignorado como aquí y Un maníaco homicida a la vez, recién consiguieron editor en Argentina.

Desde Lima, su ciudad, expone sus razones de hierro mediante frases cortas y atildadas, con una voz suave y casi tímida, más propia de un monaguillo que del personaje tremebundo que aparenta encarnar. Pero así son las cosas.

Mario Zegarra habla, a corazón abierto, para el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Has resultado ser uno de los escritores más singulares de estos años para nosotros. ¿Recibís la misma impresión, Mario, cuando la gente, inadvertidamente, llega a tus novelas?

-Bueno, sí. He recibido varios comentarios parecidos. Se quedan sorprendidos por cómo escribo.

-Además de tener un montón de cosas muy originales, te caracteriza una crudeza en las situaciones y los personajes que harían palidecer al mismísimo Bukowski. Todo esto, en medio de la corrección política que domina al mundillo cultural. Es para reconocer tu valentía.

-Sí. Siempre trato de ser incorrectamente político. Me parece que es lo más directo y lo mejor a la hora de escribir. Quitarse todas las máscaras y darse, nada más.

-¿Y eso te jode? A lo mejor, cuando te descubren algunos colectivos, van por vos, te atacan o te quieren cancelar. ¿Te ha pasado o no?

-Todavía no me crucifican (risas). Estoy esperando a ver qué pasa, ¿no?

-¿Pero ha caído sobre vos alguna reprimenda?

-Mira, por ahí hay una crítica mala. Sí, he leído algo. Pero la obra se defiende sola. O sea, las novelas se defienden solas y la crítica que dan es más ideología que otra cosa.

-En tus novelas policiales te has inclinado por un coctel fuerte, que combina ingredientes de alta graduación alcohólica, por así decirlo, pimienta pura. ¿Cómo llegaste a esta fórmula?

-La idea, siempre, es contar una buena historia; o sea, entretener al lector; que el lector no se despegue del libro porque hay ahora un montón de competencia audiovisual.

-Es cierto, las distracciones son cada vez mayores.

-Por eso la idea es esa, que agarren el libro y que se olviden de que tienen que comer, que tienen que trabajar, que tienen que mirar la tele. A partir de eso salió algo muy cinematográfico. Y me mandé. Dije: ¿por qué me voy a contener a la hora de escribir?

-En tus historias la trama policial suele pasar a un segundo plano. Lo más importante es la sucesión vertiginosa de escenas donde hay balazos, cuchillazos, violaciones, sexo despiadado, de todo un poco. Es de suponer que lo pensaste estrictamente así.

-Sí, sí, lo planifiqué de esta forma. Por ahí he tratado de que tampoco sea tan exagerado. Es una estética un poco camp. No sé si has escuchado el término.

-Sí, pero explicá tu punto de vista.

-El atractivo del camp es el humor, la ironía y la exageración. Justamente es eso: presentar una historia impactante y que te deje así, sin saber cómo reaccionar. Esa es mi idea de la literatura: escribir con toda la estética y darle; darle siempre de más.

-Al policial tuyo se lo define dentro del thriller, en el primer título, y al segundo, Un maníaco homicida a la vez, se lo encuadra dentro del hardboiled, que implica realismo crudo, violencia gráfica, personajes cínicos, ambientación urbana. Toda esta fórmula está ahí, ¿no?

-Sí. Básicamente, esa es una novela criminal y tiene todo lo que dices. La idea es que, al lector, literalmente, cuando tenga el libro la mano, le chorree sangre.

-Otro descubrimiento es que, dentro de tus historias, no hay una sola persona buena, “normal”; no hay nadie que se parezca, más o menos, a nosotros, simples ciudadanos.

-Sí, creo que no hay nadie (risas). En el prólogo dije, si mal no recuerdo, que nadie es inocente.

-Por lo demás, hay algo bastante loco que obliga a estar muy atentos como lectores porque vas cambiando los códigos narrativos permanentemente. Sobre todo, cambia una y otra vez el narrador de la historia. Es una marca de estilo.

-Sí, sí, sí. Me gusta trabajar de esa forma, que la novela tenga varias voces, que sea polifónica y que cada personaje tenga su propia voz. Hacerlo como en la vida real. Si tú te pones a pensar, estás, como te dije hace un rato, compitiendo con Netflix, con Amazon Prime, con Disney. Y ahora es difícil que una persona se siente a leer un libro.

-Vos decías, como se lee textualmente en el prólogo, que «en esta narración nadie es inocente». En consecuencia, son todos ahí unos desquiciados y unos degenerados. El problema es que también estás vos dentro de la historia. Sos uno de los personajes. Por lo tanto, sos más o menos parte de lo mismo.

-Pero sería más como un alter ego, ¿no? Soy un alter ego, creo yo; no necesariamente yo mismo.

-No, sos vos porque, en un momento dado, una de las chicas bravas mata a un crítico literario por haber defenestrado tu anterior novela, Tan ignorado como aquí. Así que sos vos, nomás. No hay duda.

-El autor ahí es MZ, no Mario Zegarra (risas).

-Hay un segundo problema. MZ, tu alter ego, anda tras alguna experiencia torcida y se mete en una morgue buscando tener sexo con un cadáver. ¿Cómo te ves vos, desde afuera, haciendo eso?

-Yo cuando escribo me río. Me divierto. Si la literatura no te llena de esa forma, de ese placer, mejor me dedico a otra cosa. No te voy a negar que hay partes que son un poco autobiográficas y otras no. No todo es ficción.

-Ahora bien, de todos los personajes ásperos que pueblan tus libros, sacando a MZ, ¿cuál es el que más se te parece? Incluso cuando vos te mirás al espejo riéndote de vos mismo.

-Si mal no recuerdo, no sale en la segunda novela, pero sí en la primera. Tiene bastantes rasgos conmigo: Magistelo Zacarías, que también lleva las iniciales MZ, si te das cuenta.

-Un personaje emblemático tuyo y otro alter ego, de alguna manera.

-Estamos hablando de varios personajes y uno les imbuye sus rasgos, ¿no? O sea, no va a ser ciento por ciento uno mismo, es difícil.

-Volvemos a la escena de una de tus chicas bravías, Olenka Madueño, Madame Muerte, que aniquila al crítico literario Juan Carlos Yribarren por haber lapidado tu primera novela diciendo, entre otras cosas, que era «un adefesio, al mejor estilo de las bazofias más deplorables de la literatura peruana de todos los tiempos». Contame.

-Se me ocurrió esa idea cuando me dije: ¿qué es lo peor que me puede pasar? Que uno de los mejores críticos, de acá o de donde sea, escriba una crítica muy fea sobre mi libro. ¿Qué podría hacer entonces esta chica a la que le gusta la lectura de MZ? Lo va a matar. Definitivamente lo va a matar (risas).

-A la par de tu bizarra colección de antihéroes podríamos colocar, también como personajes de la historia, las armas que ellos blanden. Cada villano tiene una que lo identifica, como cuchillos, mazas, revólveres, etcétera. Por ejemplo, entre muchos, el karambit que maneja Olenka, la Trujillana.

-Había que darles cierta vida a las armas. Tiene el libro un capítulo dedicado exclusivamente para una de ellas, que es una barreta, la pata de cabra.

-Sí, tiene un importante protagonismo, como algunas otras.

-Es prácticamente su voz la que está hablando. Le estoy dando vida a una cosa inanimada.

-Contale a la gente de qué se trata, qué implica estar frente a un grandulón que está blandiendo la pata de cabra.

-Es una barreta que, supuestamente, una persona normal usa para abrir cajas, para romper paredes. Tiene su función para cosas buenas como la construcción, distintas obras o sacar una vía del tren. Pero estos tipos la usan para romper cráneos, para torturar gente.

-¿Y cómo se llama esa masa que tiene los pinchos en la punta?

-Ah, el morningstar, el lucero del alba. Es un arma un poco… digamos, efectiva.

-¡Terrible! Casi medieval.

-Esa arma sale en el primer libro, cuando aparece el Trepanador, David Núñez. Él mismo la ha fabricado. Es terrible. Terrible y a la vez divertido.

-¿Vos sabés de armas, sabés usarlas?

-Sí, he disparado un par de veces. Y me gustan los cuchillos. Colecciono cuchillos. Por ahí tengo algunos cuantos conocimientos sobre armas.

-Las más duchas con los cuchillos en la novela son las chicas. Como un arma para llevar en la media, ¿no?

-Sí. La que mejor manipula los cuchillos, en este caso, los karambits, es Olenka, la Trujillana. He mencionado que ella usa un cuchillo específico. Los demás lo hacen en general.

-Ahora bien, se podría decir que el principal personaje de tu libro no es Magaly, ni la Trujillana, ni el Trepanador, ni el enano Federico, ni el Tayta Jorge, sino el lenguaje. Nos pasó lo mismo con un escritor de narconovela colombiana, Luis Miguel Rivas, que hacía un extraordinario uso del slang o lunfardo de su país. Lo mismo vos con el habla del Perú.

-Es una jerga peruana, así como una jerga argentina, en este caso, sería el lunfardo. En Perú se le llama jerga.

-Es un recurso muy enriquecedor, que llevás al extremo, incluso cuando les ponés epítetos a todos tus protagonistas.

-La verdad, como te digo, es que he tratado de reflejar un poco la realidad. Los delincuentes, por cierto, en Perú, como en todas partes, tienen su slang, su jerga y lo he tratado de reflejar. Por ahí, a la hora de la corrección del libro, he sacado y he puesto algunas cosas, para que sea más verosímil.

-Un ejemplo, entre tantísimos otros, es cuando una de las mujeres que están siendo sometidas en el taller literario oye «que ese negro criminal, ese nehardentaliano despojo del sistema capitalista, la cosificaba y la minimizaba». O sea, vos nombrás y calificás con todas las letras a los negros, las gordas, los petisos, lo que sea, sin ningún tipo de inhibición.

-Bueno, sí. Es la manera en que acá se expresan. Que no lo quieran reflejar de esa forma, es otra cosa. Pero el racismo existe, acá y en todos lados. Y simplemente yo lo he puesto, tal cual como es.

-En febrero entrevistamos a Karina Pacheco, Premio Nacional de Literatura del Perú, que nos contaba, con evidente dolor, que el racismo sigue muy vigente en tu país, al punto de que ser cholo o miembro del legado inca resulta una pesada carga. ¿Cómo lo sentís vos porque, además, tus personajes se mueven dentro de ese estrato social?

-Eso depende de cómo tengas la cabeza. A mí varias veces me han dicho cholo, cholito. Y yo no me siento mal.

-¿En qué franja de la sociedad te ubicás?

-Tengo familia de ascendencia negra. Soy mestizo cien por ciento. Por otro lado, tengo familiares gitanos y españoles. O sea, soy una mezcla; pero una mezcla en toda la regla. Y, la verdad, me da igual.

-¿Pero nunca te has sentido incómodo en alguna situación?

-Si lo usan despectivamente, según cómo lo dicen y con qué tono, ahí ya depende también del contexto. Pero es lamentable porque la mayoría de las personas, cuando se refieren a un indígena y le dicen cholo, no lo hacen con cariño. Es como el negro allá en Argentina.

-Llama mucho la atención, según hablábamos con Pacheco, de que siendo Perú un destino de peregrinaje mundial, con centro en ese lugar legendario y sagrado que es Machu Picchu, el propio peruano no lo esté celebrando o respetando como corresponde.

-Sí, sí. En ese aspecto sí le doy la razón a Karina. No se respeta o lo minimizan.

-¿Y a vos, en lo personal, cómo te ha ido, en este aspecto, cuando eras chico e ibas al colegio? ¿Te hacían bullying, por ejemplo?

-En algún momento de mi vida me han discriminado. Me habré sentido mal ahí, pero ahora, la verdad, me da igual, como te decía. Me dedico a hacer lo mío. Trato de hacerlo bien. No puedes vivir pendiente del resto y de lo que dicen de ti.

-Se ve que tenés un gran amor por el cine, porque hay otro personaje muy singular, Billy Bolita, un taxista medio loser que habla consigo mismo y que se pasa haciendo citas cinematográficas, desde las películas de Tarantino a Trainspotting de Danny Boyle.

-Claro, estás hablando de este que tiene dos o tres personalidades. Es un hacker que trabaja de taxista. Y sí, es un caso curioso dentro de la novela. Pero lo necesitaba poner de alguna forma.

-¿Y por qué elegiste precisamente a este ejemplar?

-Era fácil poner un hacker y nada más, pero dije: ¿cómo lo hago más interesante? Pues poniéndole varias personalidades.

-En ese juego, el alter ego con el cual mantiene un diálogo imaginario le dice, textualmente: «Eres como el Dude de The Big Lebowski, The Coen Brothers, 1998: un perdedor de antología». Hasta para el insulto apela a una metáfora cinematográfica.

-Sí. También estás viendo que hasta a las personalidades de él les encanta el cine.

-A vos, Mario Zegarra, ¿qué cine te gusta? Obviamente el policial negro debe estar ahí. Y de los duros, tipo Clint Eastwood, ¿quiénes son tus preferidos?

-Me gusta el cine de John Ford. Clint Eastwood, que ya lo mencionaste. Y la verdad es que veo un montón de cosas: terror, policial, hasta dramas. Es básicamente también como leo. Me gusta de todo, ensayo, poesía… Lo que caiga, lo leo; lo agarro, lo veo.

-¿Por qué tus dos novelas las editaste en Argentina y no en Perú?

-Se me abrió la posibilidad de publicar en Argentina. Tuve un contacto con Bärenhaus y, como estaba buscando una editorial, dije ¿por qué no? Si me abren las puertas allá, me mando, voy con todo.

-¿Y en tu país qué tipo de recepción tuviste?

-Acá, en Lima, en Perú, no he despertado muchas pasiones con los editores. Han revisado los libros, me han mandado algunas respuestas; incluso uno me dijo: eso no se va a publicar nunca acá.

-Esto en cuanto al mundillo editorial. ¿Y respecto del público?

-En el lado de los lectores sí he recibido muchas buenas críticas. Eso es lo más importante para un escritor.

-¿Pero tus libros, por lo menos, han llegado a Perú desde Argentina?

-Sí, sí, sí. Yo me he encargado de traerlos y de distribuirlos. Me he fijado en todo eso, que estén acá. He trasladado unos cuantos, los puse en las librerías y de la primera novela ya casi no queda nada; de la segunda, quedan algunos ejemplares todavía.

-¿Cómo te llevás con la literatura canónica de Perú? En tus relatos deslizás algunas ironías como, por ejemplo, hablás de las «vargallocianas travesuras de una lolita tan perversa como ingenua». En otro momento, decís que alguien se pone a pensar con la mano en el mentón como César Vallejo, aludiendo a su famosa foto. Etcétera.

-A mí me encanta Vargas Llosa y decirlo abiertamente ahora. Los escritores actuales, los jóvenes, lo que se podría llamar, como dices tú, el canon nuevo, no reconocen que es prácticamente el dios del Olimpo acá en Perú. Sería un imbécil si yo no reconozco eso.

-¿Qué le ven aquellos otros a Vargas Llosa?

-Los escritores acá lo ven exitoso, lo ven que escriben bien. Independientemente de su pensamiento político, porque estamos hablando de literatura, el tipo se sienta y le salen diez libros. Bueno, también está César Vallejo. Me gusta toda la poesía del ’50. Hay varios escritores que son de la misma época de Vargas Llosa como Miguel Gutiérrez o Julio Ramón Ribeyro.

-Todo esto lo has podido ir asimilando a través de tus oficios, ¿no?

-Te puedo contar una anécdota. Yo trabajé de librero durante cinco o seis años en una librería importante, que cerró. Se llamaba La Casa Verde.

-¡Igual que una de las novelas más importantes de Vargas Llosa!

-La dueña era su amiga personal. Vargas Llosa fue dos o tres veces a la librería. Yo lo he atendido. Me pareció un señor, en toda la palabra; un señor muy educado. Hemos hablado de literatura un par de veces. O sea, aparte de que escribe muy bien, es un tipo centrado.

-Tu primera novela, Tan ignorado como aquí, trata, justamente, del “caso del librero de San Isidro”. ¿Utilizaste ahí tu experiencia personal?

-Sí. Lo que me pasó es una buena parte. Otras de las historias me las han contado algunos compañeros libreros. Y el resto es pura ficción.

-¿Cómo es el panorama actual en tu país, según tu opinión?

-Ahorita en Perú hay buena literatura, pero más en los géneros fantástico, policial, etcétera, no dentro de lo que se vende en una librería tipo Yenny o Cúspide.

-¿Qué onda tenés con un tipo que, además de ser escritor, es un personaje mediático y acá en la Argentina es muy conocido, como Jaime Bayly?

-Más que leer sus libros, no tengo una relación con él. Me parece que es un buen escritor. He leído varios de sus títulos. El último que escribió sobre Vargas Llosa y García Márquez (Los genios) todavía no lo he leído. Lo tengo ahí, pero no me da el tiempo. Como te imaginarás, tengo tres o cuatro rumas de libros por leer.

-Queda flotando una pregunta surgida en estos días. ¿Qué tienen muchos escritores con la Argentina? El sábado pasado entrevistamos a un venezolano, José Parada, que está viviendo en Mar del Plata. Vos has estado acá y editado acá. Nuestra próxima entrevista será con un autor español muy destacado, Andrés Barba, radicado en Posadas. ¿Qué sucede?

-Lo que pasa es que Argentina es un foco cultural importante. Estás hablando del foco más importante de cultura en Sudamérica. Después le sigue a México y después ni más.

-Sin embargo, varios escritores nuestros, por el contrario, están afuera.

-Es que, a veces, uno que vive en el mismo país no se da cuenta de lo que hay, se quiere ir porque dice que es un desastre. Puede ser lo mismo en Lima, Perú. Es un desastre y yo me quiero ir a otro lado. Pero hay muchas cosas. En este caso, la cultura en Argentina es bastante amplia y hay de todo: cine, literatura, de todo.

-Un oyente, muy lector, que nos está escuchando, dice de vos: «¡Que escritor interesante! Podría ser un personaje o guionista de Robert Rodríguez». Sí, tenés toda la onda como para estar en una película suya.

-Sí, sí. Incluso hay una crítica de uno de tus paisanos, Guillermo Rivas, argentino, dueño acá de una librería, Book Vivant. Dice de mi libro que es un combo entre Tarantino, Iglesias y no me acuerdo si Rodríguez u otro más. Básicamente, según él, es un mix de esas películas en Lima.

-Vos sos más terrible que Álex de la Iglesia, Tarantino y Robert Rodríguez. Todos ellos juntos no te llegan ni a los talones a la hora de crear escenas tremebundas. Parecen formar parte del gore dentro del género de terror, ¿o no?

-Sí, va por ahí. En algunas partes es explícito y en otras no tanto.

https://www.diariouno.com.ar/sociedad/mario-zegarra-autor-peruano-del-policial-duro-y-politicamente-incorrecto-todavia-no-me-crucifican-n1326732

CARRO DE COMPRAS

Cerrar
Cerrar
Empiece a escribir para ver los productos que busca.

INICIAR SESIÓN

Cerrar

Sidebar Scroll To Top